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Recepción del Día de la Constitución, fiesta nacional Andorra, 14 de marzo de 2014

 

 



Discurso del

M.I. Sr. Vicenç Mateu Zamora

Síndic General

Recepción del Día de la Constitución, fiesta nacional

Andorra, 14 de marzo de 2014

 

Muy Ilustres, Honorables, Magníficas y Distinguidas Autoridades

Excelentísimo Nuncio Apostólico, Excelentísimos embajadores

Estimados conciudadanos, Señoras y Señores,

Es para mí un alto honor dirigirme a todos ustedes para celebrar el vigésimo primer aniversario de la Constitución.

Un año más, el Consell General se convierte en un espacio de encuentro y de conmemoración: en un día como el de hoy, un 14 de marzo, la Constitución fue aprobada en referéndum por el pueblo andorrano.

En nombre de la Sindicatura y de todos los consejeros generales, deseo agradecerles que hayan querido estar con nosotros en esta fiesta solemne. Aprovecho la ocasión para saludar también a las personas que están siguiendo el acto a través de la televisión y, como no podía ser de otra manera, envío el más cordial saludo a nuestro Jefe de Estado, conjunto e indiviso, los Copríncipes.

Bienvenidos sean todos ustedes a este acto de celebración y de afirmación de nuestra identidad política. Y es que la ley fundamental es, por encima de todo, la materialización de siglos de derecho, de usos y costumbres y de instituciones propias. La norma suprema por la que nos regimos y, al mismo tiempo, nuestra carta de presentación al mundo.

 

 

Señoras y señores,

Hace hoy veintiún años que el 14 de marzo se convirtió en una fecha señalada en el calendario, el recordatorio del compromiso cívico y político que adquirimos al dotarnos de una moderna Constitución escrita.

Desde entonces, una vez al año revivimos la importancia de aquel momento fundacional en el que asentamos las bases de la Andorra contemporánea. Evocamos quiénes éramos y cómo hemos llegado a ser quienes somos. A lo largo del año, hemos querido recordar como se merece aquel magno acontecimiento con la celebración popular y festiva de un conjunto de actos y conferencias, des de los que hemos podido conocer los interesantes puntos de vista de algunos de sus actores principales y que nos han permitido reflexionar sobre las particulares circunstancias de aquel proceso.

Si el proceso fue importante, el resultado lo fue aún más. Hace veintiún años nos proclamamos decididos “a perseverar en la promoción de valores como la libertad, la justicia, la democracia y el progresos social, y a mantener y fortalecer unas relaciones armónicas de Andorra con el resto de mundo, sobre la base del respeto mutuo, de la convivencia y de la paz”.

Hace veintiún años manifestamos que, y cito, “la voluntad de aportar a todas las causas comunes de la humanidad nuestra colaboración y nuestro esfuerzo, y muy especialmente cuando se trate de preservar la integridad de la Tierra y de garantizar para las generaciones futuras un medio de vida adecuado”. Expresamos entonces “el deseo que el lema Virtus, unita, fortior, que ha presidido el camino pacífico de Andorra a lo largo de más de setecientos años de historia, continúe siendo una divisa plenamente vigente y que oriente siempre la actuación de los andorranos.”

Hace veintiún años, en definitiva, los andorranos afirmábamos quien somos y quien queremos ser. Con modestia y humildad, como es de rigor, pero también con determinación. Porque en la historia de Andorra, como en la de cualquier otro país del mundo, todo aquello que no es fruto del azar, lo es de la voluntad.

Conciudadanos, Señoras y Señores,

Venimos de muy lejos. En el imaginario colectivo, la firma del primer Pariatge, el 8 de septiembre de 1278, simboliza el nacimiento de la actual forma institucional de Andorra, tan determinante en su diferencia e identidad. Y lo simboliza mucho mejor que ningún otro acontecimiento del pasado puesto que, con independencia de lo que sucedió en otros territorios con pariatges medievales, los andorranos hemos hecho de aquel equilibrio primigenio uno de nuestros rasgos distintivos.

La identidad, sin embargo, no es solo la suma de una serie de características que nos hacen únicos e irrepetibles, que nos distinguen de los demás. La identidad es principalmente la consciencia propia, la consciencia de ser y de querer ser. En la Andorra de la Baja Edad Media, la percepción de la propia soberanía cristalizó en el año 1419 cuando, de la mano de Andreu de Alàs, se creó el Consell de la Terra -Consejo de la Tierra-, antecesor del actual Consell General. Muy pronto, dentro de cinco años, tendremos ocasión de celebrar debidamente su sexto centenario (1419-2019).

Unos orígenes que se remontan a seiscientos años convierten a nuestro parlamento de hoy en uno de los más antiguos de Europa, si bien a lo largo de la historia sus funciones han ido cambiando. El Consell General, con atribuciones legislativas, ejecutivas y también judiciales, fue durante siglos la expresión inequívoca del poder de la Terra ante el poder de los Copríncipes. Junto al Gobierno, que dirigen la política nacional e internacional, heredero asimismo de aquella primera institución, el Consell representa al pueblo andorrano y ejerce la potestad legislativa. Es la sede de la soberanía, de la soberanía de un pueblo cuyo ejercicio de la democracia y del hablar ha sido siempre vivo y no meramente una entelequia.

Josep Pla, en Un pequeño mundo del Pirineo, compara la manera de actuar de los países grandes con la de Andorra. Pla sostiene que … en los grandes países unitarios, el vacío humano es total porqué la inmensa mayoría de la gente no tiene la menor idea, ni sabe nada, ni se ocupa de su pueblo ni de su comarca, ni de su país en general. En Andorra, -dice Pla- es todo lo contrario. Los andorranos se ocupan de todo, están en todo, solo hablan y discuten de todo – desde la tala de árboles hasta de una acequia o de un contrato con un pastor que ha conducido su rebaño a un terreno sin la autorización de la comunidad. Dicen que esto es arcaico –prosigue Pla. ¿Arcaico? Lo que es arcaico es la situación de París, de Milán, de Roma o de Barcelona, cuyos ciudadanos nunca saben lo que sucede a su alrededor y carecen de la posibilidad de defenderse en todos los sentidos. En Andorra, la gente defiende sus posiciones –o sea, sus costumbres ancestrales- sin morderse la lengua.

 

Señoras y Señores,

Hemos atravesado siglos de historia y, a pesar de las adversidades, hemos sido capaces de preservar la identidad andorrana, de carácter tan sólido como el de las montañas y que, no obstante, como el paisaje, se transforma adaptándose al curso de los tiempos.

La mayor transformación que Andorra ha vivido hasta el momento es, sin lugar a dudas, la que aconteció en el siglo XX. El desarrollo económico de los valles, vinculado con la eclosión del turismo, propició un crecimiento demográfico a un ritmo vertiginoso: la población pasó de 5.000 habitantes en 1930 a los 70.000 de hoy en día. La modernización económica aceleró los cambios políticos y sociales, la sociedad, que había sido culturalmente homogénea, se transformó en diversa i plural.

La prosperidad heredada en las últimas décadas del siglo pasado la debemos a nuestros abuelos y padres, a nuestras madres y abuelas. Y no tenemos que olvidar que, mientras que algunos de ellos eran andorranos de generaciones, otros muchos acababan de llegar, atraídos por las oportunidades que les ofrecía un país en construcción. La Andorra de hoy, antigua y moderna al mismo tiempo, pirenaica y cosmopolita, es el legado de todos ellos, que supieron unir esfuerzos alrededor de un proyecto común.

Ahora, al encarar un reto tanto o más importante –el de la obertura- convendría que extrajéramos una lección de convivencia, perseverancia y unidad de su ejemplo. De respeto y de prudencia. Un árbol da sus mejores frutos cuando sus injertos beben de raíces centenarias.

Vivimos sumergidos en el imperio de la velocidad, de la novedad, de la inmediatez. El ahora y aquí, el enseguida, podrían desdibujar la necesaria memoria. El filósofo Alain Finkielkraut nos alerta de que en la época democrática, toda autoridad se convierte en sospechosa, menos la autoridad de la opinión. Liberado de la tradición y trascendencia, el hombre democrático piensa lo mismo que todo el mundo mientras cree pensar por sí mismo. Sus entusiasmos, aversiones, convicciones, indignaciones –dice Finkielkraut- reflejan el espíritu del tiempo: el hombre democrático se cree original y autónomo mientras vive instalado cómodamente en la doxa de cada día.

Desde luego que no podemos quedar al margen de la globalización, pero para participar sin diluirnos en el proceso, tenemos que poner en valor nuestra singularidad, nuestros rasgos diferenciales, aquello que nos hace únicos de verdad, el rico patrimonio natural y cultural del que disfrutamos, nuestra lengua y nuestras particulares instituciones, y también el bagaje inmaterial que nos dan la propia historia y la tradición.

Andorra es y ha de ser el centro desde el que nos abrimos al mundo. Queremos ser actores de esta globalización manteniéndonos fieles a nosotros mismos, con una mirada genuinamente andorrana. No debemos temer la propia afirmación ante el absolutismo del presente.

Venimos de muy lejos. Y si hemos sobrevivido es porque, a pesar de enriquecernos con las más diversas aportaciones, no hemos cometido el error de querer ser lo no somos ni desmerecer o despreciar lo que nos es propio.

 

Señoras y Señores, conciudadanos,

Decía que somos herederos de la Andorra de los pioneros, de aquellos que, con su trabajo, levantaron un país moderno, rico y acogedor.

El modelo sobre el que basamos nuestro crecimiento, sin embargo, muestra desde hace tiempo signos de debilidad. No lo podemos aplazar más: ahora toca construir la nueva Andorra, la Andorra del mérito, la Andorra futura que deseamos dejar a nuestros hijos.

Porque es con el mérito y el esfuerzo que vamos a escribir nuestro futuro y, para asegurarnos de que todo el mundo pueda desarrollar libremente su potencial y sus fortalezas, las instituciones tenemos el deber de hacer efectiva la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos.

No obstante, las actuaciones que los poderes públicos llevemos adelante no son suficientes. Sin querer esquivar la responsabilidad de los gobernantes, quisiera aprovechar estas palabras para hacer una llamada a todo el mundo, -pero especialmente a los que más pueden- a creer en el país, a invertir en el país, a contratar la gente y el talento del país.

Andorra ha sido y es nuestra casa y nuestro camino en el mundo, pero no la podemos valorar solamente en términos de interés o de utilidad. De la misma manera que no podemos valorar a las personas únicamente en términos de eficiencia. Somos algo más y más importante. El valor verdadero de las personas y de los países no se contabiliza con cifras; la identidad colectiva no es una cuestión de oportunidad.

Es el momento de ser agradecidos con Andorra, con todos los que han dado lo mejor de ellos mismos para hacer la Andorra de hoy, nacidos aquí o venidos de afuera, y sobre todo con aquellos viejos andorranos que en épocas de escasa prosperidad se mantuvieron fieles a su historia y a sus costumbres. Con energías renovadas, con ánimo constructivo, deberíamos saber devolver al país al menos una parte de aquello que Andorra nos ha dado.

El patriotismo hoy, cuando acabamos de constatar los tímidos indicios que permiten augurar el fin de la recesión, implica y es, por encima de todo, generosidad y grandeza de espíritu.

No podemos permitir que esta crisis, la más grave de nuestra historia reciente, nos arrebate uno de nuestros bienes más preciados, la convivencia amable de todos y entre todos. La erosión de las clases medias, el riesgo de una creciente distancia entre los que más tienen y el resto amenazan la estabilidad social. La exclusión es un peligro real que, en la actualidad, no depende tanto de una diferencia de ingresos como del hecho de tener o no tener trabajo. Debemos estar alerta y hacer todo lo que esté en nuestras manos, desde la esfera pública –y también desde la empresa privada- para combatirla con ingenio, con voluntad, con fuerza.

 

Estimados conciudadanos, Señoras y Señores,

Tenemos la suerte de vivir en un gran país. Renovamos hoy el compromiso que adquirimos aquel 14 de marzo de 1993. Es sabido que la Constitución proclama como principios inspiradores de la actuación del Estado andorrano el respeto y la promoción de la libertad, la igualdad, la justicia, la tolerancia, la defensa de los derechos humanos y la dignidad de la persona. Son valores universales que abrazamos como pueblo y que forman parte, por lo tanto, de la identidad andorrana. La identidad de siempre, la identidad en permanente construcción.

La solemnidad del acto – los 21 años de la Constitución- nos lleva a pronunciar grandes palabras: libertad, justicia, democracia, igualdad, antes las que es difícil no estar de acuerdo.

Sin embargo, la consecución de los grandes ideales empieza con los pequeños gestos del día a día. Solo si somos capaces de mejorar en relación a nuestro entorno, y el entorno son las personas que tenemos justo al lado, seremos capaces de, poco a poco, cambiar el mundo.

Muchas gracias.

¡Viva Andorra!